~ Los Mil Rostros de Dios ~

~ Los Mil Rostros de Dios ~

 
Dios tiene muchos nombres y múltiples formas. Todos los nombres y todas las formas le pertenecen, ya que no existe nada que le sea ajeno a su esplendor divino. Algunos lo llaman Alá, Buda, Padre Sol, Zoroastro o Krishna. Otros, lo invocan bajo los nombres de Gran Espíritu, Viracocha, Rama, Elohim o Jehová.
 
Su extensión y sus dominios son ilimitados, cósmicos y omniabarcantes. Expandiéndose y alcanzando todas las direcciones y todos los confines del Universo. Su esencia, es la Omnipresencia, la Omnipotencia y la Omnisciencia.
Los dogmas, los credos y las creencias, no reflejan mas que una ínfima faceta del esplendor de la inmensidad y la refulgencia divina. De la misma manera, los lenguajes o las formas particulares en que los seres humanos lo podamos describir, adorar o invocar, se encuentran lejanos y distantes del principio todo creador de la Suprema Realidad.
 
Pensar lo contrario, es como pretender comprender la inmensidad del océano, analizando el contenido de agua salada en el volúmen de una copa.
Todo el género humano, todas las criaturas y todas las formas de vida, somos sus hijos, sus creaciones, y por consiguiente, una manifestación de su chispa divina. Su Amor, su Gracia y su Compasión, nos envuelven y nos alcanzan a todos por igual. Ya que para Él, no existen los hijos mejores o peores.
 
Aún así, no es fácil encontrarse cara a cara con el rostro de Dios. Ya que para ello, antes debemos purificar nuestra mente, nuestros pensamientos y nuestras acciones. Para lo cual, siempre lo mas recomendable será, la sinceridad de nuestras oraciones, la contemplación y la reflexión del silencio interior, la profundidad de la meditación, la dulce compañía de los sabios y los santos, el vivir en forma humilde y con honestidad, o el estudio y la comprensión de las sagradas escrituras.
 
Y entonces, podremos ver los Mil Rostros de Dios, reflejados en el vuelo de las mariposas, en el polvo de los caminos, en el eco de las montañas, en el curso de las aguas, en el misterio de las nubes arreboladas, en la tierna sonrisa de los niños, o en la quietud de una noche estrellada.
 
Una vida sin Dios, es tan vacía como un océano sin agua, o tan marchita, como una flor que se seca en la aridez del desierto. Degrada al ser humano a los niveles mas bajos de comprensión y entendimiento. Es muy fácil el perder el equilibrio y el discernimiento espiritual, cuando la mente y la razón se separan del corazón. La morada simbólica en que habita en el hombre el Corazón de la Divinidad.
 
Finalmente, la ceguera y la ignorancia espiritual, son la fuente de todo tipo de impurezas y caos mentales. Y es ahí precisamente, donde se encuentran la raíces y los orígenes de gran parte de los males, las calamidades y los comportamientos errados de la sufrida humanidad. Algo similar ocurre ocurre con la interpretación errada y arbitraria de las sagradas escrituras, los principios divinos y las leyes cósmicas; lo que finalmente se traduce en los extremos propios de los fanatismos, el terrorismo, la fe ciega, la intolerancia y la violencia por doquier. Basta darle una mirada a la historia, y aún al tiempo presente.
 
Así como la semilla no puede brotar en la dureza de la roca, la realidad divina no puede ser asimilada, ni aflorar dentro de la dureza y la arrogancia de un corazón impuro y lleno de amargura y aspereza. Pero bueno, la vida constituye siempre un milagro en si misma, y por lo tanto, siempre cabe la posibilidad, de que los vientos de la esperanza, traigan la refrescante lluvia de la devoción, o al menos, el auspicioso soplo divino, haciendo posible que despertemos al llamado de la verdad interna de nuestro Ser esencial.
 
Por tal motivo, es que de tanto en tanto, Dios toma la forma humana y nos visita en la forma de un elevado y puro maestro. Así es que han venido, el Maestro Jesús, Buda, Krishna, y tantos otros. Quienes han venido una y otra vez, para que recordemos a través de su ejemplo, su mensaje y sus enseñanzas, el alto propósito y el gran privilegio de la encarnación humana. El cual no es otro, que el encontrar el Reino de los Cielos en lo profundo de nuestro interior.
 

~ Águila Blanca ~

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