~ San Francisco de Asis ~
Pocas personalidades de la iglesia católica han logrado el reconocimiento y el fervor popular que alcanzó la figura de San Francisco, fama que trascendió los estrechos muros de la iglesia, y que se acrecentó enormemente en los siglos posteriores al tiempo en que camino en la tierra, cuando vino al mundo en una acomodada familia en el pueblo de Asis, Italia, en el año 1182. Probablemente sea uno de los santos mas queridos, venerados y respetados de la tradición cristiana, y también mas allá de la misma, generando una corriente devocional pocas veces vista anteriormente, situación que podemos ver reflejada en la prolífica cantidad de estatuas que adornan y protegen los jardines de tantas casas en diferentes regiones del mundo, y la gran cantidad de libros, documentales y películas que se han hecho en torno a su mítica figura.
Al igual que otras tantas almas que llegaron a la santidad, debió cruzar los umbrales del mundo de los sentidos, y también superar todas las tentaciones propias de la juventud, la que vivió en forma mas bien licenciosa y libertina, y que no estuvo exenta de juergas y parrandas, según cuenta la leyenda. Aproximadamente a los 20 años, fue hecho prisionero en una guerra contra una ciudad vecina, y debió pasar un año en la cárcel, luego de lo cual vendría su proceso de metamorfosis interna, lo que finalmente lo llevaría a convertirse quizás en el santo mas admirado en el mundo occidental.
Luego de abandonar la complacencia y las comodidades de su cuna burguesa entró en un profundo proceso de transformación y reflexión interna, cortando los lazos familiares y cambiando sus finas y delicadas ropas por una sencilla túnica de tela amarrada con un cordón, la que posteriormente llegaría a convertirse en el símbolo de la orden franciscana. En un cambio drástico y radical, pasó directamente de su confortable casa a la calle, donde vivía de la limosna, ante el oprobio y la verguenza de su orgulloso y atribulado padre. Empezó a visitar a los enfermos en los hospitales, asistir y curar a los leprosos, consolar a los pobres y mas necesitados que se cruzaban en su camino, regalándoles lo que tuviera a mano, y aceptando como un obsequio divino el frío, el hambre, las carencias y las duras penalidades propias de su nueva vida.
Al cabo de un tiempo, empezó la reconstrucción de un viejo templo abandonado en las afueras del pueblo, donde vivía en forma simple y sencilla y donde la oración, la entrega y el servicio a Dios eran lo mas importante. Poco a poco, se fueron sumando nuevos miembros, hasta formar una pequeña y austera comunidad que vivía en forma muy sobria, emulando los lejanos tiempos del cristianismo primitivo. Y así fue creciendo esta comunidad, ganándose el aprecio y la simpatía de los lugareños, recorriendo pueblos, villas y caminos, curando, alimentando y consolando a pobres, hambrientos y enfermos de todo tipo y condición.
La vida monástica, frugal y mística que llevaban, naturalmente que no era bien mirada por la jerarquía local de la iglesia tan dada al gozo, el confort y los privilegios, la que los atacó duramente a través del complot, la calumnia y la descalificación, disputa que finalmente los condujo a Roma, donde llegaron alegremente cantando y caminando descalzos, en contraste con la pompa y la opulencia tan propia de la curia romana. El papa Inocencio III, advertido en sueños, y muy consciente de la debilidad y la fragilidad de la iglesia, los recibió con simpatía y cierta fascinación, y finalmente autorizó el funcionamiento oficial de la nueva comunidad.
Clara, una joven mujer también proveniente de una familia acomodada de Asis, muy devota y cercana a Francisco, llegó a sumarse a la causa, y al poco tiempo se creó la orden de las Clarisas, algo así como la contraparte femenina de los Franciscanos. Ambas ordenes crecieron y se expandieron en nuevas direcciones como nuevas corrientes religiosas que procuraban caminar según el ejemplo del maestro Jesus, estableciendo de ese modo además, un interesante equilibrio entre las energías masculinas y femeninas.
A la sazón, Francisco, ya manifestaba los síntomas y la aureola de la santidad y se había transformado en un gran sanador, y en sus frecuentes retiros en los bosques donde realizaba sus prácticas espirituales se conectaba en forma admirable con los animales. Se dice que conversaba con los lobos, que las aves lo seguían entonando sus hermosos cantos y que los conejos y los siervos eran sus fieles amigos y compañeros. Ya en eso tiempos, manifestaba profundos estados extáticos de oración y meditación, y no era raro encontrarlo en la noches en trances de levitación. Mas adelante, luego de un prolongado período de ayuno, empezó a manifestar los estigmas de Cristo en sus manos, sus pies y el pecho, períodos en los que según narra la leyenda conversaba cara a cara con su amado Señor. Y aquí cabe mencionar que la tradición del pesebre navideño, también se la debemos a este santo patrono de los animales.
Así como Francisco amó a Dios, Dios amó a Francisco. Producto de su sacrificada vida y las duras pruebas que debió padecer, se fue debilitando, y así es que finalmente abandonó su cuerpo físico a la temprana edad de 44 años, en paz, alegría y Amor a Dios. Dejando un legado y un ejemplo que a perdurado en el tiempo y a sido fuente y modelo de inspiración para miles de buscadores espirituales, entre los que se cuenta el propio papa Francisco, quien pertenece a la misma congregación y de quien tomó el nombre, convirtiéndose de paso en el primer papa en llevar oficialmente el nombre de Francisco.
Así como hemos descrito en unas breves palabras la vida histórica de quien llegaría a ser mundialmente conocido como San Francisco, fundador de la orden de los franciscanos, personaje amado y profundamente arraigado en la cultura popular, quisiera ofrecer unas líneas acerca de su verdad metafísica, vale decir, su realidad álmica, mas allá de la figura histórica y su rol en aquella encarnación.
Ningún santo se hace de la nada, y antes de ser santo debe haber pasado muchas vidas de aprendizaje, purificación y esfuerzo sostenido y sistemático, trabajando para generar las condiciones necesarias para llegar a tan alta distinción, y naturalmente esto es tan válido para San Francisco, como para cualquier otro ser humano. Dentro de sus encarnaciones anteriores mas conocidas podemos mencionar al gran sabio y matemático griego Pitágoras de Samos, quien vivió en el siglo v antes de Cristo y a Baltazar, uno de los tres reyes magos que llegaron a Belen a adorar al niño Jesus.
Finalmente llegó a convertirse en el Maestro Kuthumi, al cruzar los umbrales mas altos a los que puede aspirar un ser humano, y que es el estado de Maestro Ascendido, lugar en el que cumple una muy importante misión en las Jerarquías de la Luz a través de su gran servicio a la humanidad en el Rayo Dorado. Es importante señalar que los maestros ascendidos antes de lograr tan magníficas alturas, fueron personas al igual que cualquiera de nosotros, y que luego de intensos y prolongados esfuerzos en el curso de muchas vidas llegaron el maravilloso esplendor del estado ascendido. Dicha Jerarquía trabaja en perfecta armonía y sincronicidad con las altas esferas, los reinos etéricos y las huestes angélicas, en sostener y llevar adelante el Plan Divino.
La vida de San Francisco de Asis, fue un ejemplo de las alturas a las que se puede llegar cuando nuestro único deseo es el servir a Dios. Él fue la personificación de la renuncia y la humildad, dejando de lado a temprana edad los apegos del » yo y lo mío «; señalando con ello la importancia capital que tiene para el aspirante espiritual el abandono del mundo de los deseos.