El término sánscrito para designar al maestro espiritual o preceptor es Gurú. «Gu» significa oscuridad o ignorancia y «Ru» representa su eliminación. Por lo tanto, la labor del verdadero Gurú es remover el velo de la ignorancia y la ceguera espiritual. Para lo cuál, la majestuosa sabiduría y el amplio conocimiento luminoso del Gurú, trabaja en forma lenta y progresiva de acuerdo a los diferentes niveles, capacidades y entendimientos del discípulo.

 

La densa oscuridad de la ignorancia solo puede ser disipada por la radiante Luz de la Sabiduría, tal es la función que ha de desempeñar un Gurú. Todos aquellos pseudo líderes espirituales que inflan sus pechos de lo tanto que saben, llenan sus bolsillos a costa de sus seguidores y los manipulan para satisfacer sus necesidades personales nada tienen que ver la verdad esencial del Gurú. 

 

Entonces, para reconocer al verdadero y genuino Gurú, en necesario examinar sus cualidades; como lo son por ejemplo; la pureza de sus intenciones, el desapego de sus acciones, la generosidad y amplitud de su corazón generoso, la manifestación espontánea de la compasión y la humildad, el trato igualitario hacia todos los seres sin distinción, o el haber sorteado con éxito todos los dilemas y acertijos que le impiden al hombre alcanzar la magnificente gloria divina de la Autorrealización.

 

Cuando el discípulo establece una relación sincera, amorosa, reverente y de corazón a corazón con el Gurú, entonces solo debe seguir con atención, constancia, amor, paciencia, entrega y devoción sus enseñanzas; y luego dejar que los frutos maduren lentamente en el tiempo conveniente.

 

Aun cuando no existen los caminos cortos en la senda espiritual, ciertamente, es el Gurú quién nos puede conducir en forma segura, gradual y exitosa hacia la esplendorosa Realización del Ser. De hecho, en la India se le asigna al rol del Gurú tanta importancia como a Dios mismo; ya que es a través de la gracia y la supervisión del Gurú, el que el aspirante puede llegar a alcanzar la fusión divina.